domingo, 14 de junio de 2015

Capítulo 2: Sonrisas

-¡Hola! 
 Entré en el hall y cerré la puerta tras de mí.
-¡¿Hola?! ¿No hay nadie? 
A esas horas, mi padre tendría que haber vuelto ya del trabajo. Tiré la mochila al suelo y me dirigí a la cocina, dispuesta a saciar mi hambre. -Ah hola, hija. Estaba colgando un cuadro en mi habitación- dijo una voz al fondo del pasillo, aproximándose. 
-Hola papá.  Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla. Le sonreí con los carrillos llenos de galletas. 
-Me tienes que llevar ahora al polideportivo.
-Es verdad. ¿A qué hora era?  
 Rodé los ojos mientras me metía otra Oreo en la boca.
-Venga papá, llevo casi tres meses en el club de buceo, ¿y todavía no sabes a qué hora es?  
 Reprimió una sonrisa, a modo de disculpa, y se encogió de hombros. -A las seis- dije pasando a su lado mientras reía, en dirección a mi cuarto.  
 Me puse uno de los bikinis que guardaba en el último cajón, la primera camiseta que vi, una chaqueta y mis vaqueros. Luego, me hice una coleta rápidamente y me miré en el espejo; lista. 
 Papá me llevó en el coche, como siempre. Mamá todavía no había llegado, porque últimamente había estado saliendo más tarde de trabajar. Cuando llegamos, me fui directa a las piscinas, deseando meterme al agua. Teniendo en cuenta que había empezado hacía relativamente poco, no buceaba nada mal. Según Manu, aprendía rápido; la verdad es que me esforzaba mucho en progresar día a día.
 Sabía que esto se estaba volviendo una especie de rutina, pero me encantaba. Amaba cómo me sentía al bucear, con el sonido de mi respiración como único ruido de fondo; la mano de Manu sujetándome fuerte a su lado, explicándome siempre cosas diferentes, dándome consejos. Aparte de que nos llevábamos genial, claro está. 
 -Hola, tonta.- dijo una voz a mi derecha.
 Me giré hacia él, creando hondas en el agua.  
 -Hola, tonto.  
 Manu sonrió. Ya iba equipado, así que se metió rápidamente en la piscina y me salpicó un poco
 -¿Qué me vas a explicar hoy?- le pregunté.
 Al principio, él me enseñaba todo lo básico: cómo equiparme, a nadar adecuadamente, aguantar más tiempo bajo el agua… Cada vez aprendía más cosas, y se iba volviendo un poco más complicado; eso era lo que lo hacía más interesante. 
-Normalmente, cuando buceas muy hondo, te duelen los oídos por la presión del agua. En esta piscina no, claro: eso solo pasa en el mar.  Se acercó un poco hacia mí y siguió hablando:  
 -Ponte las gafas, cierra la boca y aspira por la nariz. Así igualas las presiones.
No le pregunté por qué me enseñaba ese truco si estábamos en la piscina de un polideportivo y no en el mar. Supongo que le vi tan en su rollo -el buceo era como su vida- que no quise molestarle. Seguí su ejemplo y me sumergí en el agua. Buceamos un rato; me hizo el símbolo de OK con los dedos y yo hice lo mismo, sonriendo. Después, me explicó un par de cosas más y nos pusimos a deambular por toda la piscina. 
 Se acercó más a mí, sonriendo con malicia, y me di cuenta de lo que pretendía hacer.
-¡Eh, no! ¡Para! ¡Manu, para!  
 Me escurrí a su lado y le intenté devolver la aguadilla, pero fue rápido y se apartó. Reí y volví a atacarle, lo que él aprovechó y recargó contra mí. -Mierda, ¡te vas a enterar!- dije tras conseguir salir a la superficie.  
 Me puse de pie en el borde y pegué un salto, cayendo a su lado. Volví a por él y conseguí tocarle, pero no fui lo suficiente rápida y volvió a escabullirse. Comencé a reír e intenté perseguirle; y cuando pensaba que ya le había alcanzado, me acorraló contra la esquina y me quedé sin vía de escape.
-A ver quién se entera ahora.- bromeó, sonriendo.   
 Me cogió por la cintura y me cargó a los hombros: como un maldito saco de patatas. -¡No! Ey, ¡bájame!

 Empecé a patalear y a darle con los puños en la espalda, pero apenas reaccionó. Podía notar cómo se reía; el cuello le vibraba con cada carcajada.
 Me siguió llevando por toda la piscina, hasta que se cansó y me dejó sentada en el borde.
-Idiota- le dije, reprimiendo una sonrisa.
 Se rio y los ojos se le achinaron levemente.
-Te ha gustado y lo sabes.  
-Ja, nunca.- repuse, aunque no pude evitar soltar una risita. 
 Me quedé un rato sentada en la escalera de la piscina, mirando a Manu secarse con su toalla de los Simpsons. Luego desapareció por el pasillo, y decidí que ya era hora de cambiarme.
 Cuando entré a los vestuarios, me pegué una ducha rápida y le dije adiós a la secretaria. Todavía tenía el pelo húmedo, pero ya estábamos en mayo, por lo que supuse que se secaría solo.
 Esperé a que mi madre llegara para recogerme y me despedí de Manu hasta el día siguiente.
-¿Qué tal hoy?- preguntó mamá nada más subir al coche.
 Puse mi disco favorito en la radio y le di al play, pensando en Manu cargándome sobre sus hombros y nuestra persecución por la piscina.
-Ah, bien.
-¿Por qué sonríes?
¿Qué? Oh no, mierda, se me había escapado una sonrisa; sacudí la cabeza. 
-Oh, nada… No importa.- repuse, girándome hacia la ventana.

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